
- Autor,Robin Levinson-King
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A medida que aumentan las tensiones entre Estados Unidos y Canadá, una pequeña isla llena de aves marinas se ha convertido en un símbolo de un conflicto sobre dónde termina una nación y comienza otra.
La mañana del día de Navidad, Anthony Ross se despertó en esta isla, justo en el punto donde el Golfo de Maine se encuentra con la Bahía de Fundy. Afuera, el viento azotaba la hierba helada, arrastrando montones de nieve contra el faro mientras las olas lamían la costa rocosa. En la habitación contigua, su hermano mayor, Russell, ya despierto, vigilaba el mar.
No era exactamente la típica imagen de unas vacaciones familiares ideales, pero los fareros de la isla Machias Seal tendrían que arreglárselas. Una vez que el helicóptero que los traslada aterriza en este pedazo de roca de poco más de 7 hectárea entre Estados Unidos y Canadá, no hay regreso a casa hasta fin de mes.
“Estás fuera de casa durante 28 días seguidos; esa es la parte más difícil. Pero uno se acostumbra a eso”, dijo Russell, quien ha sido farero durante unos 20 años.
Afortunadamente, Russell y Anthony vinieron preparados con pavo, regalos y cerveza, todo lo que cualquiera necesita para pasar un agradable día de Navidad. Después de decorar el árbol y llamar a sus familias a casa en Nueva Escocia, los hermanos disfrutaron de una cena.
“Fue un día de Navidad bastante bueno”, recordó Russell.
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Ubicada justo entre la provincia canadiense de Nuevo Brunswick y el estado estadounidense de Maine, la isla Machias Seal es el último territorio terrestre en disputa entre Canadá y Estados Unidos, pero eso puede cambiar pronto.
En las últimas semanas, el presidente estadounidense, Donald Trump, calificó la frontera entre Estados Unidos y Canadá como una “línea trazada artificialmente” e incluso ha amenazado con anexionarse todo el territorio de su vecino del norte.
Y, mientras aumenta el temor a que los aranceles impuestos por Trump provoquen una tormenta económica en toda América del Norte, esta modesta isla se ha convertido en un símbolo de las crecientes tensiones entre estos dos países aliados de larga data.
La historia de la disputa se remonta a hace más de 200 años. Durante la Guerra de 1812, Reino Unido y Estados Unidos reclamaron cada uno la isla y las aguas que la rodeaban. Aunque la isla es demasiado pequeña y remota para tener un asentamiento permanente, estaba estratégicamente ubicada en medio de una valiosa ruta marítima, cerca de la isla Grand Manan, y ninguno de los países quería renunciar a ella.
En 1832, Reino Unido construyó un faro en la isla para reclamar físicamente su derecho. Desde entonces, los canadienses han estado viviendo allí, ayudando a mantener a los marineros alejados de su escarpada costa y protegiendo la tierra de enemigos tanto humanos como naturales.
Ahí es donde entran Russell y Anthony. Como fareros de la isla, son parte de una larga lista de vigilantes que vigilan la frontera de Canadá en el Océano Atlántico.
Si bien la mayoría de los faros en el Atlántico canadiense han cerrado, el gobierno ha mantenido este abierto, en parte para reafirmar su control sobre la isla.
“La oportunidad que tenemos de estar aquí, de quedarnos aquí y guarecer la isla, es importante”, dijo Anthony. “No quedan muchos fareros”.
Ninguno de los hermanos trabaja a tiempo completo porque las normas sindicales dicen que los encargados a tiempo parcial sólo pueden trabajar en turnos de tres meses al año. Pero es posible que se abra un puesto a tiempo completo, y tanto Russell como Anthony lo quieren.
“Que gane el mejor”, dice Anthony con una sonrisa.
Ambos hermanos han estado haciendo esto el tiempo suficiente como para conocer los ritmos de la isla: la forma en que pasa del verde esmeralda al marrón polvoriento con las estaciones; cómo los frailecillos se abalanzan y cacarean cuando ven un pez en el agua; y cómo los barcos que pescan la abundante langosta de la zona emergen del horizonte justo después del amanecer.
Russell y Anthony también juegan un papel como embajadores no oficiales de la isla, saludando a los barcos turísticos estadounidenses y canadienses que atracan durante el verano, cuando la isla se convierte en un santuario de aves marinas. Tratan a todos por igual, sin importar su nacionalidad, y ofrecen una mano a los observadores de aves en el muelle resbaladizo y cubierto de algas.
“A los pájaros no les importa; no saben la diferencia”, dijo Russell sobre la disputa fronteriza entre Estados Unidos y Canadá.
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Como guardianes de la isla, Russell y Anthony desempeñan un papel importante en la protección de miles de aves marinas que anidan aquí durante el verano.
Ayudan a disuadir a las gaviotas que se alimentan de los polluelos y también a defenderse de uno de los mayores destructores de hogares de la naturaleza: el hombre.
Como una de las colonias de aves marinas más grandes de la costa este de Norteamérica (y la más diversa), la isla está protegida por los Servicios Canadienses de Vida Silvestre, que limitan la cantidad de turistas.
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Sólo dos barcos turísticos, uno desde Maine y otro desde Nueva Brunswick, pueden desembarcar cada día en el muelle de la isla. Con sólo 15 pasajeros, se llenan rápidamente. A principios de abril, suelen estar agotados todos los espacios disponibles para toda la temporada de observación de aves, que va desde junio hasta la primera semana de agosto.
Aquellos que tengan la suerte de conseguir un lugar deben dirigirse a la isla de Grand Manan, en Nuevo Brunswick, o a Cutler, en Maine, donde atracan los barcos.
Puede resultar complicado para los barcos atracar en las estrechas y rocosas costas de la isla, y el mal tiempo puede cancelar fácilmente un viaje tan largamente esperado. Pero si el mar está tranquilo, los aventureros pueden ver una manada de focas tomando el sol en una roca, avistar una ballena y otras bellas imágenes desde el bote.
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Una vez en la isla, los lugares por los que pueden pasear los turistas están restringidos para evitar que pisen el nido de un frailecillo. A estos pájaros asustadizos les gusta evitar a los intrusos humanos, por lo que la gente se agolpa en cobertizos de madera, donde pueden observar a estos pájaros del tamaño de una paloma, y con un plumaje que lhace que parezca que están vestidos con un esmoquin, sin ser detectados.
Según el Dr. Tony Diamond, quien dirige el Laboratorio Atlántico de Investigación Aviar (ALAR, por sus siglas en inglés) de la Universidad de Nuevo Brunswick desde 1995, las molestias valen la pena.
“Es la única colonia de aves marinas en toda la costa este donde el público en general puede observar de cerca a las aves”, dijo. “Es incomparable”.
Cada mayo, miles de frailecillos acuden en masa a la isla para poner huevos. Una vez que los huevos han eclosionado, el macho y la hembra se turnan para cuidar a los polluelos y salir al mar para traer la cena.
Este proceso, que puede durar aproximadamente hasta agosto, atrae a observadores de aves, científicos y fotógrafos de vida silvestre de todo el mundo.
Durante el verano, tres investigadores de ALAR viven en la isla a tiempo completo para rastrear y estudiar la temporada de reproducción de las aves. Es una experiencia única que ayuda a científicos como Mark Dodds a tener una idea no sólo de las especies individuales, sino también de la evolución del océano en su conjunto.
“Es como una pequeña instantánea de la vida de un pájaro”, dijo Dodds. “A través de ellos se obtiene una muy buena visión del ecosistema.
Pero no son los frailecillos de esta isla los que históricamente ha provocado diferencias entre Estados Unidos y Canadá: es lo que ronda en el océano.
Durante la última década, el precio de la langosta prácticamente se ha triplicado, y los pescadores pueden obtener unos 4 dólares canadienses (unos US$3) por cada libra que capturan al por mayor. En un buen día, un barco que pesca langosta puede ganar fácilmente miles de dólares.
Esto hace que las aguas en disputa alrededor de Machias Seal, apodadas la “zona gris” por los locales, se hayan convertido en una verdadera mina de oro. Ninguno de los dos países quiere renunciar a sus derechos de pesca en esas aguas, por lo que los pescadores han llegado a una especie de tregua no oficial.
“La mayoría de las veces, si intentas trabajar con ellos, ellos intentarán trabajar contigo. Pero si quieres provocar una lucha, te van a responder”, dijo Donald Harris, un pescador de Grand Manan, una isla canadiense con unos 2.500 habitantes situada aproximadamente a una hora y media en barco de Machias.
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En una tranquila tarde de agosto, Harris y un par de pescadores más trabajan en sus botes en el muelle de Grand Manan. Se toman las cosas con calma antes de que comience la temporada de otoño. Prácticamente todos en Grand Manan son pescadores o conocen a alguien que lo es. La pesca es el alma de la comunidad.
El auge de la langosta es evidente en todas partes en Grand Manan, desde casas decoradas con nuevas capas de pintura hasta barcos cargados con lo último en equipamiento.
“Hay mucha más gente aquí ahora mismo, hay muchas más cosas que hacer ahora mismo; nuestra comunidad está mejorando todo el tiempo”, dijo el pescador Dane Lynton.
La “zona gris” no ha hecho más que aumentar su riqueza. Aunque la temporada de langosta canadiense termina oficialmente en junio, en 2002 el gobierno decidió permitir la pesca de durante todo el año en la “zona gris” de 700 kilómetros cuadrados.
Esto ha ayudado a muchos pescadores a recuperarse fuera de temporada y a engordar aún más el negocio de la langosta en Grand Manan.
“Es simplemente ganar dinero antes de que ganemos más dinero”, dijo Lynton.
Pero mientras muchos sostienen que las regulaciones actuales son suficientes para evitar la sobreexplotación, a algunos les preocupa que los altísimos precios, impulsados por la demanda del mercado en Asia resulten una tentación demasiado grande.
“El hombre puede arruinar cualquier cosa, ¿verdad? Y la codicia también arruinará muchas cosas”, dijo Harris.
Aunque por ahora todo el mundo tiene mucho dinero en efectivo, Harris ha visto visto la fortuna de la aldea subir y bajar con las mareas en función de cuánta pesca se capturaba.
“Normalmente la Madre Naturaleza se cuida sola, pero ya llevo bastante tiempo aquí. He visto cómo se fue al arenque, cómo se fue la vieira “, dijo. “Si solo puedes confiar en la langosta y todo el mundo castiga tanto la ‘zona gris’, eso tendrá un efecto tarde o temprano”.
*Esta historia ha sido actualizada desde su publicación original para reflejar eventos recientes.