
“Lo que están haciendo es inhumano”, dijo un familiar de un venezolano deportado por EE.UU., quien desconoce si su familiar fue encarcelado en El Salvador
Alirio Guillermo Belloso avisó el viernes pasado a sus familiares de que sería deportado a Venezuela, pero desde entonces no han vuelto a saber nada de él y necesitan confirmar si está en una cárcel para terroristas en El Salvador porque su rastro desapareció del sistema de Inmigración estadounidense.
“Es como si nunca hubiera estado detenido por Inmigración, nadie nos da información sobre él”, dijo a EFE su hermano Antonio Fuenmayor, que lleva varios días tratando de confirmar si fue parte de los cientos de venezolanos enviados por EE.UU. a El Salvador tras verlo en una foto en los medios.
“Lo que están haciendo es inhumano”, agrega Fuenmayor, que reside en Florida.
El drama de esta familia oriunda de Maracaibo (Zulia), comenzó el sábado pasado cuando se enteraron que el Gobierno del presidente Donald Trump había enviado a más de 200 venezolanos -que la administración republicana asegura que son miembros de la banda criminal Tren de Aragua- a una cárcel de máxima seguridad en El Salvador.
Una imagen compartida por el Gobierno de Nayib Bukele del migrante siendo rapado mientras está encadenado, confirmó lo que se temía.
“Eso es un abuso de poder claramente, mi sobrino enfrentaba una simple deportación, un tema civil porque él no ha sido acusado ni condenado por ningún crimen en Estados Unidos ni en Venezuela”, advierte a EFE en entrevista telefónica desde Venezuela Alixon Fuenmayor Vera, tío del inmigrante y abogado de profesión.
El abogado recalcó que los inmigrantes enviados a la cárcel salvadoreña tienen derecho a defenderse y conocer las acusaciones. Pero el Gobierno estadounidense se ha negado a contestar esas preguntas y ellos debieron enterarse por una foto.
El Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, en inglés), que lo tenía bajo su custodia, no entregó información sobre el paradero del inmigrante a EFE y señaló que la solicitud se debe hacer a la Casa Blanca.
Varias familias de venezolanos consultadas por EFE temen que sus parientes estén detenidos en El Salvador y denunciaron que la información de estos ha desaparecido del sistema de ICE.
El silencio y hermetismo de la Administración Trump sobre estos operativos se ha mantenido incluso con un juez federal al que se ha negado este martes entregar detalles sobre el operativo amparado la ley de Enemigos Extranjeros, una norma de 1798 que no se ha usado desde la Segunda Guerra Mundial y que permite la expulsión de personas sin ciudadanía estadounidense sin vista judicial previa.
“Si no le quiere entregar información a un juez menos nos va a responder a nosotros”, lamenta el hermano del detenido.
De repartidor a enemigo de EE.UU.
El inmigrante de 30 años y padre de una niña fue detenido el pasado 17 de enero en un pequeño poblado de Utah, donde vivía con otros dos primos y trabajaba como repartidor, tras llegar al país por la frontera sur en 2023.
Estaba estacionado en una gasolinera cuando agentes que aparentaban ser policías llegaron a pedir documentación a varios latinos y él no pudo presentar una licencia de conducir.
Su hermano cuenta que tenía una cita en las oficinas del Servicio de Inmigración y Ciudadanía (USCIS, en inglés) para hacerse las huellas digitales una semana después de su arresto como parte de un proceso de asilo. “Todo ese proceso se quedó ahí estancado por tener unos tatuajes de su familia”, manifiesta.
Tras dos meses en un centro de detención para inmigrantes en Texas, el detenido ya había aceptado regresar a su país. “Quería reunirse con su mamá y seguir la lucha aquí junto a sus seres queridos”, explica el tío.
Pero la alegría de volverlo a ver se ha convertido en una pesadilla, ya que ni la familia en Venezuela ni su hermano en EE.UU. tienen la posibilidad de viajar a El Salvador para tratar de sacarlo de la cárcel. “Es un castigo por ser venezolano”, agrega Fuenmayor.
En este sentido, organizaciones como Venezolanos Perseguidos Políticos en el Exilio (Veppex) han pedido al Ejecutivo estadounidense “reconsiderar” la aplicación de la Ley de Enemigos Extranjeros a los venezolanos “de manera generalizada”.
En una carta al presidente Donald Trump, José Antonio Colina, presidente de Veppex, dijo que la norma “podría afectar injustamente a una comunidad que, en su mayoría, busca refugio y oportunidades en Estados Unidos tras escapar de una crisis humanitaria”.
“Le pido humildemente que las medidas se basen en pruebas específicas y procesos legales justos, dirigidas exclusivamente a los delincuentes y evitando castigos colectivos”, agregó.
Ana Milena Varón.
“Cuando reconocí a mi hijo, sentí que me estaban sacando el alma”: el barrio de Venezuela que llora a 4 deportados por EE.UU. a El Salvador

Fuente de la imagen,Gustavo Ocando Alex
- Autor,Gustavo Ocando Alex
- Título del autor,Colaboración especial desde Venezuela para BBC News Mundo
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Un par de sandalias viejas, varios tatuajes en sus brazos y el semblante de quien parece estar “pidiendo auxilio” permitieron a Mercedes Yamarte reconocer a su hijo Mervin entre un grupo de cientos de venezolanos deportados desde Estados Unidos hacia una cárcel de máxima seguridad de El Salvador.
Sentada sobre una nevera oxidada y fuera de servicio tumbada en la entrada de su casa, en el barrio Los Pescadores de Maracaibo, en el occidente de Venezuela, llora al revivir cuando identificó a Mervin en el video oficial de la deportación masiva de presuntos pandilleros que publicó el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, el domingo.
“Me tiraba al suelo, decía que Dios no podía hacerle esto a mi hijo”, recuerda.
En el video, añade, a Mervin se lo veía con la cabeza rapada, esposado y entre decenas de policías armados.
La noticia de que el hijo de Mercedes había sido detenido en Dallas, Texas, y trasladado a una megacárcel de El Salvador corrió rápido por los caminos arenosos de Los Pescadores, una comunidad empobrecida de viviendas de latones de zinc, ubicada a orillas del Lago de Maracaibo, a 700 kilómetros de la capital de Venezuela, Caracas.
Varios hombres de esa vecindad han migrado irregularmente en años recientes a EE.UU. para buscar empleos. Mervin trabajaba en una fábrica de tortillas en turnos que superaban las 12 horas, jugaba fútbol los domingos y compartía hogar en Texas con tres amigos, antiguos vecinos de la barriada.
Temiendo que hubiesen sido arrestados y deportados juntos, muchas madres, esposas, familiares y conocidos de los jóvenes revisaron minuciosamente los videos y fotografías oficiales de la masiva deportación en busca de detalles que les ayudaran a identificarlos entre aquel grupo de reos rapados y esposados.

Sucesivamente, confirmaron entre el domingo y el martes que cuatro antiguos residentes de Los Pescadores estaban recluidos en El Salvador: Mervin Yamarte, de 29 años; Edwar Herrera, de 23; Andy Javier Perozo, de 30, y Ringo Rincón, de 39.
En 2023, habían viajado varios días a través del Tapón del Darién, entre Colombia y Panamá, para llegar a México y luego cruzar irregularmente por “el río” hacia Texas, donde solicitaron protección migratoria, según sus seres queridos.
Mercedes niega que Mervin, de 29 años, sea miembro de la organización criminal Tren de Aragua, como argumentan autoridades estadounidenses y salvadoreñas.
“Eso no existe, él es bueno, un muchacho noble, hay un error”, afirma, visiblemente agotada.
Documentos inentendibles
Yarelis Herrera, madre de Edwar, inclina su cabeza frente a su hogar en Los Pescadores. Enmudece, mientras se lleva ambos brazos detrás de su espalda, imitando la postura que tenía su hijo en uno de los videos desde dentro del Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) de El Salvador.
“Lo reconocí, está allá”, cuenta y se le entrecorta la voz.
“Sentí que me estaban sacando el alma” cuando confirmó su identidad gracias a su contextura y sus “orejitas chiquiticas”, ya sin cabello y con ropa blanca, como suelen vestir los miles de reos en la megacárcel inaugurada por el gobierno de Bukele en 2023.
Desde Estados Unidos, Edwar le escribía a diario para saber de sus rutinas y hablar con su hija. Le envió fotografías de los torneos de fútbol que ganó junto a Mervin en Texas, ambos posando sonrientes con sus trofeos y medallas.
Las familias de los cuatro muchachos emigrantes de Los Pescadores dicen haber confirmado sus arrestos el jueves 13 de marzo en Dallas por agentes de los Servicios de Inmigración y Control de Aduanas de EE.UU., (ICE, por sus siglas en inglés).
Mervin pudo llamar a uno de sus hermanos el viernes para avisarle que habían firmado un documento en inglés, que no entendieron. Sospechan que era una autorización de deportación, pero pensaban que viajarían hacia Venezuela.
Edwar, que trabajó como mototaxista en Maracaibo, quería hacer suficiente dinero en Estados Unidos para construir una cerca a la vivienda de su madre, comprarse una casa y una moto en su ciudad, y darle “una mejor vida” a su hija, asegura Javier Alejandro Payeda, con quien estudió desde su infancia.

Fuente de la imagen,Gustavo Ocando Alex
“Es trabajador, honrado, sano”, jura sobre su amigo.
Las autoridades no lo creen así. El presidente estadounidense, Donald Trump, aseguró el lunes que 231 de los 261 indocumentados deportados a El Salvador – entre ellos Andy, Mervin, Edwar y Ringo- eran “monstruos” del Tren de Aragua.
“Son inocentes”, le contesta la mamá de Edwar, ofuscada en medio de una carretera empolvada, a 3.000 kilómetros de Washington. “No tienen cuentas pendientes” con la justicia, ni en Venezuela ni en Estados Unidos, asevera.
Cadena de oración
Los muchachos que emigraron desde Los Pescadores hasta Texas eran conocidos en su barriada y en los círculos deportivos del norte de Maracaibo por su afición al sóftbol, el fútbol, el fútbol sala e incluso taekwondo.
Elisaúl Rico, capitán y fundador de muchos de los equipos donde se divierten los muchachos de Los Pescadores, dice que aún le cuesta creer que sus vecinos, asiduos al trabajo y al juego en equipo, estén en una cárcel salvadoreña.
“Se le ve en sus caras que están sufriendo mucho. Nunca los he visto en cosas malas, no conocen ni siquiera lo que es una patrulla por dentro”, manifiesta en voz baja, tratando de no interrumpir a los familiares y amigos de los deportados que, cerca, hablan por teléfono con la prensa y alistan los pormenores de una protesta para exigir su libertad en el sector Milagro Norte de Maracaibo.
Si bien la gente entra y sale de las casas de Edwar y Mervin, reina el silencio. La comunidad también ha organizado cadenas de oración por su repatriación. Son signos de la especie de duelo que recorre estos días ese barrio venezolano.
Tatuajes
El vuelo de deportados a El Salvador incluía a 261 indocumentados, 238 presuntos miembros del Tren de Aragua y 23 supuestos integrantes de la pandilla Mara Salvatrucha (MS-13), según el gobierno estadounidense.
En Los Pescadores, sospechan que las autoridades norteamericanas identifacaron a sus vecinos como pandilleros, en parte, debido a sus tatuajes. Mervin, por ejemplo, tiene grabados en tinta los nombres de su hija y el de su abuelo.

También lleva tatuada en una muñeca la frase “fuerte como mamá” y comparte el mismo tatuaje de su esposa, Yainelys Parra Morillo: un par de manos sujetas, junto a la fecha de su unión como pareja, el “1-04-2014”.
Además, Mervin se quiso tatuar el número 99 que viste en todas sus camisetas cuando juega softbol o fútbol, aún guardadas en la casa de su madre.
Su compañera lo quiere de vuelta a Maracaibo, donde habían comprado y restaurado a medias una vivienda abandonada gracias a las remesas ocasionales que enviaba desde Estados Unidos.
“Él no merece estar ahí, no pertenece a ninguna banda”, dice la joven, también notoriamente cansada, ronca por el trajinar de estos días.
“Porque se haga tatuajes no quiere decir que es un delincuente”, alega.
La voz de una niña, el clamor del barrio
Fue justamente un tatuaje lo que permitió a otra de las antiguas residentes del barrio Los Pescadores, Erkia Josefina Palencia Contreras, identificar a su hijo Andy Javier en uno de los videos difundidos en redes sociales.
Sus “rasgos” le fueron familiares, pero no tuvo dudas al ver el nombre de su esposo y el suyo tatuados en el antebrazo de uno de los reos, cuenta.

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Está convencida de que es Andy, un antiguo vendedor de jugos de panela y obrero de construcción ocasional en Maracaibo que había sido despedido de su empleo como supervisor de una empresa en Texas.
“No le fue muy bien desde que entró allá”, reconoce la mujer, de 52 años, minutos antes de que una llamada desde el poder político nacional interrumpa los preparativos de una protesta de la vecindad a favor de los cuatro jóvenes.
La mayoría hace silencio en la casa de la familia Yamarte. Cerca de las 5 de la tarde, se corre la voz de que algunas de las mujeres del barrio viajarán por diligencias del gobierno para exigir el retorno de sus hijos y esposos.
Nicolás Maduro, cuyo gobierno comparó las deportaciones de connacionales a El Salvador con “los episodios más oscuros de la historia de la humanidad”, ha prometido ayudarlas. La Casa Blanca ha acusado al gobernante venezolano de retrasar los vuelos de repatriación y afirma que está obligado a recibirlos.
La señora Erkia, apartada de esos debates de cúpulas políticas, asoma una media sonrisa, esperanzada porque parece abrirse una posibilidad de excarcelación de muchos venezolanos encarcelados en El Salvador.
Es un respiro. Su angustia ha sido tal desde el domingo que su presión arterial aumentó fuera de rango y ha tenido que esconderse de su familia para llorar.
Su nieta, la hija de Andy, de unos 6 años, no ha parado de preguntar por su padre: “Ella dice que su papá viene. Me dice, ‘abuelita, papi viene en un avión'”.